No es ningún secreto que creo que mi hijo mayor, Liam, es de hecho mucho mayor que yo. Obviamente no me refiero a la edad en esta vida, sino a la edad del alma, por la sabiduría que le acompaña.

Hoy ha sucedido que nuestro perro Floki ha destrozado un gatito de peluche al que le teníamos mucha estima. Fue el muñeco favorito de Liam durante sus dos o tres primeros años de vida, y lo perdimos en numerosas ocasiones en distintos países, pero siempre acababa volviendo a nosotros. Una vez, se quedó dando vueltas en un pequeño avión de una atracción de Disneyland Hong Kong. Al darnos cuenta de que lo habíamos perdido, no solo tuvimos que dar media vuelta, sino que tuvimos que inspeccionar las dos docenas de aviones de esa atracción hasta dar con él. Como era un gatucho gris sin ninguna gracia, aún seguía allí. De haber sido Mickey Mouse, no creo que hubieramos tenido la misma suerte.

En otra ocasión, caminábamos por las calles de Osaka, en Japón, mientras Liam iba en su cochecito con Miau. Así se llamaba el felino de peluche. Estábamos entusiasmados probando un helado de matcha que se había hecho un tanto famoso en aquellos días y para el que siempre había mucha cola, y no nos dimos cuenta de que, mientras tanto, a Liam se le había caído el gato. Así fue como se quedó allí, en la calle, al lado del puesto de helados de moda. Tuvimos que volver a recorrer todo el camino andado en cuanto nos dimos cuenta de lo ocurrido, y lo encontramos justo donde se había caído. Ya os digo que no era nada del otro mundo, porque os aseguro que pasaron por lo menos un par de horas hasta que volvimos a por él.

También en nuestra propia ciudad, Barcelona, se nos perdió el gatito por la calle. El padre de los niños y yo habíamos quedado con una amiga para merendar en Flax&Kale. Puesto que en ese entonces vivíamos en Passeig de Gràcia, fuimos andando, con Liam en su cochecito y, por supuesto, con Miau. Al poco de sentarnos en el restaurante, mi cara se volvió blanca. Me di cuenta de que Miau había vuelto a desaparecer. Y, seamos sinceros, que hubieramos tenido tanta suerte en Asia no nos aseguraba lo mismo en Barcelona, donde a la que te descuidas te quitan hasta el paraguas. Mi, en ese momento, marido me dijo que ni se me ocurriera salir del restaurante para recorrer todo el camino hasta casa a por el gato. Lo curioso del caso es que Liam tampoco me lo pedía, pero para mí ese gatito tenía ya nuestra energía y era impensable olvidarme de él sin más. No me lo hubiera perdonado. Me excusé como pude con mi amiga y les dejé mientras me aventuraba otra vez calle Pelayo arriba para ir a parar a Gran Vía, y de allí seguir hasta nuestra casa. No me hizo falta llegar tan lejos porque al llegar a Gran Vía vi a Miau tirado al lado de los contenedores de basura. Os prometo que casi lloré de la emoción. No me dio ni asco, lo abracé y recuerdo incluso haber dado alguna vuelta abrazada al peluche, como quien baila con su pareja extasiada de amor. Cuando volví a Flax&Kale, entré como heoína de guerra, y mi pareja no daba crédito.

Antes de los tres años, Liam dejó de interesarse tanto por Miau, pero siempre lo guardamos con aprecio. Hace poco, apareció de alguna caja en la que había estado protegido y Liam quiso volver a dormir con él. Le hice una foto para mandársela a su padre (abajo a la derecha), el único que puede entenderme en este tema después de todas estas peripecias. Ni siquiera el mismo Liam es consciente de todo lo que nos hizo sentir y vivir Miau.

Por eso cuando hoy Floki ha encontrado a Miau en mi habitación y se lo ha adueñado para destriparlo, he tenido una crisis existencial. La nostalgia se ha apoderado de mí mientras observaba el relleno del peluche esparcido alrededor de la cama de Floki. Ha sido un momento duro. No sabía si me sabría peor a mí o a Liam, así que en cuanto le he visto después del colegio, le he dicho:

—Liam, tengo una noticia buena y una muy mala, ¿cuál quieres primero?

La buena era que habían llegado unas sábanas de dinosaurios para su cama que le hacían mucha ilusión, pero eso se lo he dicho más tarde porque ha querido saber la muy mala primero. Le he contado la muerte de Miau y su respuesta me ha confirmado lo que ya sabía: es un alma sabia y milenaria, que ha venido a iluminar al mundo con su bondad y su saber hacer. Y si no al mundo, por lo menos a mí, de eso no hay ninguna duda. Me ha visto tan triste, y quiere tanto a Floki, que me ha dicho:

—Mami, eso no es importante, solo son cosas viejas, del pasado. Todo eso ya no importa. Ahora importa lo que tenemos ahora, y el futuro. No te enfades con Floki por eso.

Algo se ha liberado dentro de mí al oirle decir esas palabras, a la vez que me he quedado un poco en shock, asimilando la lección de impermanencia y de soltar que me acababa de dar mi hijo. Me ha recordado inmediatamente a algo que leí justo esta semana en la biografía de mi gran amigo y mentor Francesc Miralles, titulada Los lobos cambian el río. En cierto momento, dice: Aprendí, en fin, que la existencia es un constante dejar ir. Yo también soy consciente de ello, la vida me ha demostrado que no hay nada permanenente, tan solo el cambio.

De hecho, de todo esto y de mucho más hablaré en una semana, en el taller online El arte de fluir con la vida. En una hora y media hablaremos de cómo vivir de forma más armoniosa, sin luchar constantemente contracorriente, fluyendo por nuestro camino de vida. Habrá una sesión en español el martes 8 de 10h a 11h30, y una sesión en catalán el miércoles 9 de 18h30 a 20h. ¡Me encantaría veros por allí!

Hasta siempre, Miau ♡